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domingo, 1 de febrero de 2015

Escenas de mi vida No.2 (Libro en construcción).



Por: Luis Flórez Karica.

—¿Qué te pasa? —pregunta el viejo al notar mi aflicción.

No pude responder. Era como si mis cuerdas vocales se hubieran enredado entre ellas... y aunque tenía muchas cosas que preguntar (como todo adolescente de 14 años), las palabras quedaron privadas de libertad. Su cárcel, el interior de mi boca, y los barrotes de esta, mis dientes.

Mi padre, con una vasta experiencia en la cabanga que genera en los hombres el desamor de una mujer comprendió que su hijo necesitaba un consejo.  Lentamente va a la cocina, abre el congelador, saca 4 cubos de hielo y lo introduce en un vaso de vidrio. Camina hacia la despensa, abre una botella de ron Appleton Special 750 ml., y llena el vaso casi hasta desbordar. Bebe un sorbo, y camina de regreso hasta donde me encontraba.

 Se sienta lentamente... y coloca el vaso en una mesita que esta justo al lado. Luego... introduce el dedo índice en el trago y lo empieza a revolver. El silencio hacía lucir estruendoso el tintineo del hielo golpeando las paredes del vaso. Instantes después... el viejo dijo:

—Había una vez... una hormiguita perdida... que buscaba su camino a casa. Luego de horas de caminar... y caminar... se tropieza con los rieles de un ferrocarril. Como cualquier otra hormiga, no sabe de los peligros que acarrea el ser arrollado por un tren. Decide cruzar el obstáculo.

El viejo hizo una pausa para elevar el vaso por los aires y beber otro sorbo de ron. Su boca se contrajo. Estaba degustando el jengibre, nuez moscada y vainilla, tres de los componentes de aquel popular ron jamaiquino. Luego... prosiguió:

—La hormiguita... cruza el primer riel.. continúa abriéndose paso en la diminuta maleza... y cuando cruza el segundo riel... pasa el tren y le cortó el culo.

La incredulidad se dibujó en mi rostro al no comprender lo que el viejo me estaba tratando de transmitir, sin embargo no lo interrumpí.

—Aterrada, la hormiga veía pasar las ruedas metálicas del ferrocarril mientras que su culo se contorneaba de dolor al otro lado del riel. Llena de valor, gritó: ¡voy a buscar mi culo! Al cruzar... el tren le aplastó la cabeza.

El dedo índice seguía dando vueltas dentro del vaso... y el tintineo del hielo golpeando las paredes de este se hizo mas bullicioso ante el silencio de ambos. Luego... el consejo llegó, siendo hasta hoy la única instrucción de vida que obedecí.

—Moraleja hijo: Nunca... nunca... ¡nunca pierdas la cabeza por un culo!

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